sábado, 3 de mayo de 2008

Mi historia de Andalucía


Como consideramos que los pensamientos
de los hombres están hechos -especialmente los que son
profundos y deleitan al intelecto- para poder ser
compartidos con los demás, te presentamos aquí,
querido lector, el texto íntegro de la conferencia
pronunciada por Francisco Benítez Aguilar, el día 26 de
febrero de 2007, en el Salón de Actos del IES GAVIOTA.
El Equipo Directivo del Instituto “Gaviota”
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ANDALUCÍA
Francisco Benítez Aguilar
Director de “Noticias de Adra”

Sólo la amistad de quienes me invitaron y mi atrevimiento
justifican mi presencia aquí, en el Instituto Gaviota, donde a pesar de los
pocos años que llevo en Adra, se han forjado lazos de simpatía, al igual que
en otros ámbitos abderitanos.
Mi actividad profesional y mi propia personalidad, que a veces ni
yo comprendo, me han hecho generar amores y desamores, grandes afectos y
cerriles adversarios.
Debido a esta bendita profesión, que es gran parte de mi vida, se
me abren muchas ventanas y es el azar, el vaivén de la vida, el que me pone
hoy en un sitio y mañana en otro.
Hablar con príncipes o jefes de Estado, con pescadores, con
agricultores, con ministros, con artistas y con basureros, va creando una
pátina que se acrecienta con los años. No es que uno crezca. Lo mío ya no
tiene arreglo. Hace tiempo que no lo tiene. La pátina es como el barniz.
Adorna y protege, disimula defectos del interior. Te hace aparentemente
más duro en tu debilidad y llegas a dar, en ocasiones, una imagen
distorsionada.
En mi infancia, desde el cerro de la ciudad de Medina Sidonia,
Cádiz y un hilo de mar se veían a una distancia enorme: 46 kilómetros. Fue
la penuria de los años 60, el hambre, un terremoto, y la decadente sociedad
de señoritos de Andalucía occidental, los que me llevaron a Cádiz. A pesar
de un dolor de muelas, en aquella mañana de abril, de los 25 años de Paz
del caudillo Franco, (1964), en la que aún se seguía encarcelando y
matando gente por sus ideas, yo entré cantando en Cádiz, canciones de
Joselito y Antonio Molina, en la cabina de un camión de una fábrica de
harinas, con los pocos muebles de la ruinosa casa y recuerdos que merecían
la pena.
El ser humano es así. Se nos hunde la casa y lo primero que
pensamos en recoger son las fotos familiares. En casa, la riqueza, las joyas,
era el instinto de supervivencia.
Cádiz, por su condición de isla, mantiene intacto el sentido fenicio
y romano, la esencia de la Bética, el carácter abierto de los navegantes, el
arte y el refinamiento del comercio genovés, el calor afectivo, la protesta
permanente y el humor fácil de la filosofía hispanoamericana y si a eso se le
une su historia y su leyenda en torno a la guerra de la Independencia y ser
cuna de la libertad, con la Constitución de 1812, hace que uno se enamore
de aquella tierra.
Pero no es oro todo lo que reluce.
Después de levantar la cabeza en Cádiz, tuve el propósito de no
agacharla más. La mafia de la pesca llegó a esperarme con pistolas por mis
artículos; estuve en alguna lista de señalados por ETA..., por mis criticas
su asquerosa lista de asesinatos y en especial a aquél que muchos
demócratas de hoy aplaudieron como fue la voladura del coche del almirante
Carrero Blanco.
La única sangre que he derramado hasta ahora fue porque me
clavé una puntilla al partirse el palo donde sujetaba mi bandera andaluza,
huyendo de la policía en la manifestación por la autonomía andaluza el 4 de
diciembre de 1977. Ese día, otro andaluz no corría la misma suerte y moría
por una bala perdida en otra manifestación en Málaga.
He escrito siempre lo que pensé y rechacé trabajos más lucrativos
por mantener mi libertad. Ese orgullo me ha costado muchos disgustos en
la vida, vivir un poco más ajustado, pero más satisfacciones.
Aquellos 46 kilómetros se convirtieron en 600, cuando de Cádiz
tuve que salir camino de Madrid, al cerrarse el periódico en el que era
redactor jefe, y los 600 en 9.000 cuando creé la revista Andalucía en el
mundo en Madrid y Miami. Muchas veces pensaba cómo había llegado a
estar en el estudio de la embajadora de Panamá, o en la recepción de la
fiesta nacional de España en el Consulado General de Florida, u
organizando la primera feria de Andalucia en Estados Unidos.
Fue un infarto agudo de miocardio lo que me hizo ver la
inutilidad de muchas metas, el túnel negro del final y al cabroncete del
médico que se equivocó en el tratamiento de choque, el instrumento que me
hizo reordenar la existencia y hacerme volver a mi condición de buscavidas.
Guardo con gran cariño el recuerdo de quienes se interesaron por
mi salud casi a diario.
Vi, en mucha gente, el lado humano de la vida y también la
miseria del dinero. Algunos ‘amigos’ se borraron solos de la lista en cuanto
yo no era el director de una revista de peso o del único programa
radiofónico en árabe y español que se ofrecía entonces en España, a través
de Radio Intercontinental de Madrid.
¿Y Adra?
Yo no conocía Adra. De hecho, aún no conozco buena parte de
Almería.
Fue una tarde de primavera en 1999 cuando vine por primera
vez, a saludar a un amigo que tenía negocios en Madrid.
Me dijo que en el pueblo no había periódico y que yo podría editar
uno. Al año siguiente nos volvimos a ver en la feria del turismo de Madrid
y en julio volví a Adra, para decirle que empezábamos en agosto con el
periódico. El 1 de agosto del 2000 salió el primer Noticias de Adra. Hasta
hoy.
¿Por qué cuento todo esto en una supuesta charla sobre
Andalucía?
Por una sencilla razón: Todo es del color del cristal con que se
mira y no pretendo sentar cátedra, sino dar mi opinión sobre mi percepción
de Andalucía.
Mi querido amigo Pedro Sarmiento me aconsejaba, ante mi
desesperada petición de ayuda, que planteara esta charla – coloquio citando
fechas.
Y me puse a pensar: ¿Cuáles son las fechas clave desde mi óptica
personal en la historia de Andalucía?
Barajé algunas. La llegada de los navegantes fenicios que debió ser
de forma gradual y amistosa a las costas del sur ibérico; el asentamiento
romano y el esplendor de la provincia bética durante el Imperio; el año 711
con la llegada de la cultura islámica y la consolidación y expansión de Al‐
Andalus , la guerra de Granada y la repoblación, el federalismo, la
república... la actual monarquía.
Para mí, el día más importante en la historia de Andalucía es
cuando nací y el segundo, cuando tuve consciencia de dónde vivía, qué
representaba esta tierra en el arco mediterráneo. Qué hubiera sido y qué
sería de lo que aún llamamos España si Andalucía no existiera o no hubiera
tenido ese devenir histórico desde hace 3.000 años.
Lo demás son fechas aleatorias, referencias para justificar este
idilio entre Andalucía y yo. Esa historia de amor que unas veces te
emociona y otras te desgarra.
Andalucía es mi nación. Andalucía no es una realidad nacional.
Es una realidad sin adjetivos.
Integrada hoy en esta estructura compleja y cada día mas
inconsistente que llamamos España, por la torpeza de unos políticos que no
van más allá en su visión que en períodos de cuatro años, Andalucía tiene
ante sí el reto de mantener su propia identidad y al mismo tiempo de
colaborar para que el equilibrio territorial no se rompa.
La reivindicación de la indisoluble unidad de España, recogida
por duplicado en la Constitución y en la reforma del Estatuto andaluz,
como si no fuera bastante que lo dijera la Carta Magna, es una muestra de
la debilidad de una unión que se rompe por el Norte, País Vasco, Galicia y
Cataluña.
Andalucía puede ser garante de la unidad de España en la parte
que le toca, pero no en las voluntades de los demás regiones, comunidades o
naciones.
Me molesta, me irrita el papel de segundón que los sucesivos
gobiernos han otorgado y otorgan a Andalucía, cuando la realidad es que
España se estructura a partir de la integración andaluza en su territorio.
Los brillantes políticos que han nacido en Andalucía no han
tenido conciencia de sus raíces y en cuanto han cruzado Despeñaperros,
Andalucía sólo ha sido el trampolín para su ego personal o la moneda de
cambio con la que negociar su posición.
No se entiende que con la aplastante mayoría de diputados
andaluces presentes en las Cortes, el Congreso de los Diputados y el
Senado, Andalucía no tenga representación directa.
Las mayores batallas para el control del poder en Europa han
tenido como escenario Andalucía y sus costas; el control del paso del
Estrecho, que puede asfixiar a todos los países ribereños de Europa y África,
confiere a Andalucía el máximo valor estratégico.
Andalucía ha sido siempre utilizada como punto de estrategia
militar. En tiempos romanos, el imperio comenzó a consolidarse a partir de
sus éxitos en Andalucía. Un reciente estudio revela la contribución de la
pacífica provincia Bética al engrandecimiento del Imperio, hasta el punto
que en Andalucía no hizo falta la presencia de las legiones romanas de
manera estable, cosa que si ocurría en la Hispania Citerior o sea, la del
norte. Cereales, vino y aceite, además de la explotación minera y pesquera,
era la contribución bética a la metrópoli.
Esa tierra pacífica dio, según el mismo estudio, del profesor
Francisco Javier Navarro, de la Universidad de Navarra, casi doscientos
senadores a Roma, cónsules y procónsules, de quienes se conoce nombre y
currículum, y añadidos a nombres como Columela o Séneca, o los
emperadores Adriano y Trajano.
La creación de latifundios en la zona occidental de la Bética,
muchos en manos de familias de origen indígena que se adaptaron a las
consignas de Roma, dio una estabilidad a la provincia que no se perdió
hasta el propio desmoronamiento del imperio romano.
El territorio de la Bética era prácticamente el mismo que la actual
Andalucía, salvo la zona de levante de la provincia de Almería.
Esa configuración se mantuvo hasta la expansión andalusí por
toda España y la posterior marcha hacia atrás con la paulatina pérdida de
territorios hasta llegar a la toma de Granada.
Granada fue de dominio castellano dos siglos después que Sevilla,
forjándose entonces la semilla de la división entre las ‘andalucías’ oriental y
occidental y la creación de un corredor castellano hacia Murcia de parte de
la mitad de la actual provincia de Almería.
Esa división siempre dio buenos resultados al poder central, con el
control económico por parte del Estado, de la Iglesia y de los señorios.
Incluso cuando el duque de Medina Sidonia, uno de estos señores con tanto
poder en la práctica como el propio rey, intentó la creación de un Estado
independiente en Andalucía, con el apoyo de Portugal. Pactos, traiciones y
engaños frenaron sus pretensiones. Pero era mucha la contribución del
duque a las arcas del reino como para acabar con él.
Podríamos caer en el romanticismo si nos adentramos en la
historia de la toma de Granada, las concesiones al rey Boabdil en estas
tierras, su salida por el puerto de Adra, un año después de su derrota y todo
un siglo posterior de incumplimiento de acuerdos, avasallamiento y
humillación de los reductos moriscos y de la incapacidad de los castellanos
para mantener la economía andaluza, especialmente su agricultura.
La rebelión de las Alpujarras, en la misma época de la Batalla de
Lepanto y las luchas en Flandes, fue una respuesta desorganizada de los
descendientes de los humillados en Granada que se quedaron en esta tierra.
La literatura, la historia escrita por los vencedores, el poder castellano y el
de la iglesia cimentaron el desprecio a lo andalusí, haciéndolo confundir con
lo árabe. Aun hoy se habla de los andalusíes como árabes, incluso en textos
oficiales.
Esa tergiversación de la realidad es la que aún hace decir a
algunos que España venció a los moros.
¿Qué se perdió de lo andaluz con la llegada de los Reyes
Católicos?
La destrucción, la expulsión masiva de los habitantes de esta
tierra, suya desde hacía cuatro siglos, y su posterior repoblación hizo que
Andalucía fuera habitada por gente procedente de otras regiones españolas,
aunque nunca pudieron llegar a devolver a Andalucía el lugar que ocupara.
Más de tres siglos después de la dominación, conquista o
reconquista castellana del antiguo Al Andalus, aún se continuaban los
intentos de repoblación, con proyectos como los del rey Carlos III en
algunos pueblos de Córdoba, a donde llegaron colonos procedentes de los
países del norte de Europa.
Desde 1500 hasta la pérdida de las colonias y provincias
americanas en 1898, Andalucía sufrió otra sangría humana, con la gente
que se embarcó hacia América, mientras la riqueza que esa presencia generó
se quedó en Sevilla, Cádiz y Madrid.
La tan alabada Constitución de Cádiz de 1812, cuna de las
libertades, y los sucesivos reinados desde el traicionero Fernando VII, ‘el
deseado’, no aportaron nada nuevo a Andalucía, salvo la consolidación de
los latifundios y la creación de una escuela de políticos que brillaron en los
distintos gobiernos.
Entiendo, por otra parte, que el sentimiento andaluz sea distinto
en las distintas zonas de Andalucía. La falta de comunicación entre las
provincias y comarcas ha hecho que se tenga la sensación que está más lejos
Sevilla que Madrid, en el caso de Almería y que los celos entre los dos
grandes polos de la historia andaluza, Sevilla y Granada, estén en fricción
permanente.
La propia configuración orográfica ha influido en la potenciación
de esas dos andalucías. La del rico valle del Guadalquivir en manos de
terratenientes –los típicos señoritos andaluces‐ y por otra parte, con un
fuerte componente de clase obrera y peones del campo.
El resto, más montañoso, donde el minifundismo se ha mantenido
para una modesta economía familiar, con explotaciones agrarias reducidas
sin títulos de propiedad en la mayoría de los casos, hasta que en el siglo
XIX y en el XX, una clase media avispada fue acaparando expedientes de
dominio sobre todo lo que no estaba registrado.
Los conatos para la creación de la autonomía andaluza se
producen de manera pública a partir de la revolución de 1869 que terminó
en la proclamación de la I República. Se comienza a hablar de la identidad
andaluza, pero los políticos miran más a Madrid que a su tierra. El
caciquismo toma fuerza y si sobre el papel el sufragio universal está
implantado, no le faltaba razón a quien en el periódico revolucionario ‘El
Quijote’ de 1869 escribió: “¿Qué farsa es esa del sufragio universal, si los
obreros no saben leer ni escribir y tienen que votar lo que les dice su amo?”.
La pretendida Constitución de Antequera no llegó a nada por las
diferencias entre las dos andalucías.
Fue en febrero de 1907, haced este mes un siglo, cuando Felipe
Cortines, pronuncia en el Ateneo de Madrid una conferencia con el lema de
‘Patria y Región’, donde plantea el nacimiento de un movimiento
andalucista, como recoge mi amigo el profesor Manuel Hijano, de la
Universidad de Málaga.
El papel de la Prensa en la difusión de esas ideas es fundamental.
Unas veces, las más, para acallar las voces de los andaluces. Otras, para
anunciar tímidamente que Andalucía.
En los primeros años del siglo XX, el movimiento andaluz se
manifiesta. Blas Infante, un apasionado andaluz, notario, de quien se
burlaron los políticos centralistas hasta hace bien poco, insistió en su ‘Ideal
andaluz’.
Su constancia, junto a las de otros intelectuales propició la
creación de los Centros Andaluces, como germen de ‘la patria regional’,
dentro de la ‘patria nacional’.
El objetivo del Centro Andaluz, quizás utópico, era “crear un
pueblo” , o lo que es lo mismo, zarandear las conciencias para crearlo. Claro
que quien fue zarandeada nuevamente por la historia resultó ser toda
Andalucía. Con un rey en manos del dictador Primo de Rivera, un
andaluz, Andalucía entra en una etapa de extrema pobreza y los
campesinos se rebelan y son aplacados con dureza.
La sensación de libertad que llega con la II República, es un
espejismo. En el campo andaluz la situación empeora, porque a los obreros
se les entrega parcelas de poder, pero se les quitan las herramientas. El
gobierno socialista comete el grave error de aniquilar a campesinos en la
aldea de Casas Viejas y los extremistas comienzan a darle la espalda. Esa
división provoca el reforzamiento de los militares monárquicos.
Andalucía es usada nuevamente como plataforma para alcanzar el
poder central. Algunos militares se sublevan el 18 de julio de 1936 y son
Cádiz, Jerez y Sevilla los primeros en sonreír a los golpistas, que
provocaron tres años de sangrienta guerra, alentada desde el exterior por
quienes ensayaban lo que sería la II Guerra Mundial.
Uno y otro bando se ensañaron entre familias, vecinos, padres,
hijos y hermanos. En Adra, por no ir mas lejos, se dieron casos que aún se
silencian, de humillaciones, violaciones de mujeres, de ajusticiamientos, de
saqueos, de los que no se quiere hablar.
Como ocurriera con el resto de España y con las pretensiones
separatistas, independentistas o autonomistas, el andalucismo pasa a un
segundo plano, porque primero estaba la supervivencia.
Aquí, en Andalucía ‐cantera de bufones de la corte‐ de artistas y
toreros, llega a confundirse el sentimiento andaluz con el folclore.
Las revueltas laborales en los cinturones industriales de Cádiz y
Sevilla, y los conflictos del campesinado fomentan la reaparición de grupos
andalucistas que se reúnen, junto a otros colectivos, en parroquias, únicos
lugares donde estaba permitido.
Entonces, allá por el inicio de los años 70, sitúo la segunda fecha
de mi particular historia de Andalucía. Es cuando me doy cuenta –con 20
años‐ de que no todo es sobrevivir, no todo está bien en lo que nos obligaban
a pensar. Esa limpieza sistemática de ideas, en las que hasta alabábamos a
quien pisaba a los jornaleros andaluces.
Salgo a la calle con miedo, pero estoy allí, donde está el conflicto.
En los encierros de trabajadores de Astilleros y en las caminatas de los
jornaleros del campo. Reventando reuniones donde se burlaban de la
bandera andaluza, confundiéndola con los colores del Betis.
1977 fue un año emocionante.
1978 un año para la historia, siendo testigo de la constitución en
el salón de plenos de la Diputación de Cádiz de la primera Junta de
Andalucía
1979 el del sueño de ver diputados andaluces en Madrid.
1981 el de la aprobación en Córdoba del Estatuto de Autonomía.
2007, el de la pérdida de una oportunidad histórica de avanzar en
la consolidación del papel de Andalucía en el marco español y europeo.
No me gustaría que la infancia andaluza volviera a lo que
pasamos en los años cincuenta y sesenta, que dieron pie a que yo escribiera:
Omá, llévame a la feria
Para ver los caballitos
Y ver cuántas vueltas da
El hijo del señorito.
Preferiría tener la capacidad de transmitir el amor a esta tierra
que dejé en un poema a mi pueblo natal:
Medina, ay, mi Medina, quien pudiera...!
Mezclar el verde de esperanza en tu bandera
Y el blanco de la paz en tus entrañas.
¿Para qué compararte, si eres mía?
Medina, ay, mi Medina, quien pudiera...
De tu tierra salí, ay, mi Medina...
Déjame ser tu tierra, cuando muera.

Con todo ello, yo sigo con mis recuerdos y mis banderas en la
maleta, porque así lo decidí hace tiempo, buscándome la vida escribiendo,
por Andalucía, los pueblos y la humanidad.


1 comentario:

ANTNIO GOMEZ GARCIA dijo...

AMIGO PACO SOY MARCO ANTONIO EL FOTOGRAFO QUE TRABAJO CONTIGO EN EL BAHIA DE CADIZ ME GUSTARIA HABLAR CONTIGO MI CORREO ES VINILOMUS@HOTMAIL.COM
SALUDOS CORDIALES ANTONIO GOMEZ GARCIA